lunes, 15 de enero de 2018

Eran esas noches de desmesura
que salía a observar el invierno
y a enredarme en sus raíces 
 de ecos de lluvia.

Su amor de hondonadas
era la réplica de una bóveda flexible
como un jaguar de lenguajes mojados. 

Nadie conocía su escondrijo
y no había espejo que lo reflejase,
igual que el ego de un niño 
hambriento de protagonismo
 Otras, en cambio, se asemejaba
más a un caballo desbocado,
de venas tan hinchadas,
que más que de sangre parecían
llenas de lunas nerviosas.  

Descubrí misterios sin revelar
por la ciencia del hombre,
igual que los juegos del tahúr dormido.

Yo quería al invierno,
a la vez que lo temía,
porque dibujaba en las calles
los límites de lo inefable,
a través de nudos de aire
y de grilletes de flores sencillas.    

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