cruzando la bahía y el viento no es
refugio y pértiga enfadada, cae sobre
mis ojos un trigal de vivos recuerdos.
Entonces pienso en la injusticia de las horas
y en las aves con pico de lluvia, y las
almaceno en lo más oscuro de la memoria,
como el cazador furtivo hace con su presa.
Y es al nacer el día, cuando las gaviotas lloran
y ríen, y el litoral se confunde con un cementerio,
que las olas débiles y rotundas se deshacen
en hemorragias blancas a llegar a la orilla.
Hasta allí me acerco, al invierno del agua,
a mojarme los pies y las manos, igual
que las lenguas de nieve en las laderas
de las montañas van en busca del caudal de vida.
Los peces de petróleo mordisquean
diciembre y huye el óxido con su sigilo.
No hay asombro ni justicia en este cielo
de plomo que sobre mi sombra se derrumba.
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