Ayer le dije que había soñado que volvía,
sin entrar en detalles. Me abruma la gente
que cuenta su intimidad para reconciliarse
con las incertidumbres del día a día.
Recogí la ropa del suelo y pensé en todas
las mujeres buenas y bonitas con maridos monstruosos
que tiran a solas de las entrañas de la vida,
empujadas por extrañas fuerzas de la naturaleza.
Salí al mercado, la gente llevaba abrigos largos.
Ese fuerte olor a humedad agotada
en los ojos muertos del pescado.
Sus escamas, última frontera del océano.
La verdura estaba muy viva, parecía horadada
por la miel del verano. Daban ganas de morder
sus colores, ser color, entrar en su carne, vivir
y desquitarse en su semilla.
Volví a pensar en la interminable
rosaleda de significados del sueño,
cuando el frío era solo tristeza cubierta
por un edredón de flores moribundas.
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